METACOGNICIÓN. Yo no creo en las webs (2ª parte)

20 marzo, 2009
La metacognición es un término usado en las ciencias cognitivas y psicología para designar la capacidad de los seres humanos de atribuir pensamientos e intenciones a otras personas y a veces entidades. Esta capacidad parece ser congénita.



Cuando un sujeto inteligente está dotado de metacognición se entiende que tiene la capacidad de comprender y reflexionar respecto al estado mental de sí mismo y del prójimo que puede tener un sujeto; también incluye la metacognición la capacidad de percibir y así poder llegar a reflexionar y comprender en relación a las sensaciones propias y del prójimo (en este caso principalmente por signos corporales que el otro da) logrando así el sujeto prever el propio y ajeno comportamiento. Tal capacidad de percepción comprende un conjunto de sensaciones, creencias, emociones, etc.

Uno de los principales estudiosos pioneros de la llamada metacognición fue el antropólogo y psicólogo Gregory Bateson. Bateson observó primeramente un precedente de metacognición en animales no humanos, por ejemplo observó a perros jóvenes que "jugaban" a pelear y le llamó la atención cómo, por qué indicios o señales, estos animales detectaban si se trataba de la simulación lúdica de una lucha o de una lucha real.

En el humano la capacidad de una metacognición se adquiere normalmente entre los 3-4 años; aunque más que una adquisición se trata de la activación de una capacidad congénita, capacidad que se activa a partir de una estimulación eficaz procedente del otro, es decir en los humanos la teoría de la mente deriva de la naturaleza y del ambiente, de los factores culturales que inciden en la naturaleza humana. Luego de la infancia el sujeto hace uso constantemente de "su" metacognición (muchas veces cargada de prejuicios impuestos por el entorno), tal uso constante de la metacognición es casi siempre efectuado sin tener plena consciencia de la misma, esto es: "intuitivamente".

Si la metacognición no es desarrollada pueden producirse patologías, por ejemplo algunos hipotetizan que el autismo tiene un origen por falla de la metacognición en el afectado.

¿Qué ocurre que algunas personas son más expertas que otras para realizar estas lecturas? ¿Qué sucede que otras son apenas novatas o no aciertan en la lectura o son «analfabetas» o «ciegas» a esos particulares "grafismos", "garabatos" y "dibujos" mentales?

Participamos del supuesto siguiente: las acciones humanas son guiadas por representaciones, creencias y deseos internos. Suponemos interioridad en nuestros semejantes, isomórfica con nuestra propia interioridad. Poseemos un mundo experiencial susceptible de ser compartido con nuestros congéneres.

Desde muy temprano compartimos experiencias. Comparte experiencias emocionales quien dialoga o discute con otra persona, quien le muestra un cuadro o un poema que ama, o una pareja cuando se mira a los ojos y crea un mundo, o cuando vivimos una experiencia vital sea la que sea. También comparte experiencias un bebé que le señala a su mamá un objeto con el fin de mostrárselo, con gestos que llamamos protodeclarativos.
Con menor o mayor nivel de complejidad, todo aquel que comparte experiencias, necesariamente le atribuye al otro un mundo experiencial. ¿Qué sentido tendría si no el hecho de compartirlas?

Cierto es que aquello que aparece como evidente, claro y natural nos puede dar la idea -falsa- de que implica un proceso sencillo y simple. Pero a decir verdad, la complejidad que entrañan las comunicaciones humanas, las sucesivas y múltiples intuiciones y/o inferencias que se realizan en cada actividad interpersonal exige de nosotros una serie de competencias que nos permitan penetrar en los mundos mentales ajenos y propios.

Es precisamente el "ojo interior" del que nos habla Humphrey (1986), la "mirada mental" referida por Rivière y Núñez (1996), la que nos abre las posibilidades de desvelar la opacidad de la conducta de los otros, "leer" sus mentes, organizar el caos en el que nos sumiría la "ceguera mental" (Baron Cohen, 1995). Nos permite dar alguna interpretación a las conductas de las personas y realizar predicciones acerca de sus cursos de acción. Comprender que poseen deseos, creencias, intenciones. Un mundo de emociones y experiencias diversas.

Son los psicólogos los que tratan de comprender las conductas humanas; de explicar por qué la gente hace lo que hace de la manera que lo hace y predecir lo que las personas harán en el futuro, qué planes seguirán, qué estrategias pondrán en marcha. Astington (1993) afirma que, en ese sentido, todos somos psicólogos.

Por su parte, señala Humphrey (1986): “Hace quince años en ningún libro de texto que tratara el tema de la evolución humana se hacía referencia a la necesidad del hombre de hacer psicología: sólo se hablaba de la construcción de herramientas, del lanzamiento de dardos y de encender el fuego: es decir, de una inteligencia práctica más que social”.

Resulta significativa está cita, por un lado porque revela que los intereses de algunos estudiosos de la evolución humana se dirigían hacia otros campos que los implicados por el desarrollo de las capacidades interpersonales y la teoría de la mente; por otro, porque promediando el año 2000 son muy numerosos los trabajos acerca del desarrollo de habilidades mentalistas y los déficits que supone su trastorno (Baron Cohen, 2000).

Sí, visitar una web, es una experiencia. Visitar una web, vivirla, sentirla, recibir su impacto, es un acto metacognitivo. Lo es porque nos induce pensamientos e intenciones sobre otras personas e entidades.

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